Linares vivió un periodo de intensa actividad minera, que tendría su mayor esplendor a finales del siglo XIX. Desde 1849 la necesidad de mano de obra es tal que a nuestra ciudad llegan personas procedentes de diversos ámbitos de la geografía española: tarantos o almerienses, manchegos, alpujarreños granadinos y mangurrinos o murcianos.
El pastor británico Hugh James Rose en sus crónicas ya hablaba de una canción monótona cantada por los mineros cuando iban a trabajar o se juntaban en las tabernas para desconectar de un duro día de trabajo. Aquí surgieron los primeros cafés cantantes. El fandango minero, de origen almeriense, junto con nuestro tradicional folklore local se convertirán en los padres de nuestro palo flamenco por excelencia: La Taranta, considerada por flamencólogos de prestigio como la madre de los cantes mineros.
La Taranta, cante minero linarense, es un canto largo y duro, con temas que versan sobre la mina, el dolor y la pena. Las tarantas de Linares tienen una estructura musical diferente, más personal y que le imprime un sello de calidad. En su estilo, marca una variedad más larga de lo normal y también es más larga la variedad tonal en los últimos versos que son más duras y de difícil interpretación.